¿Quién es este a quien la multitud de los cristianos acuden con tanta devoción? Tanta es la multitud de los que van a él y vienen, que apenas nos dejan libre el camino para occidente.
Esta fue la pregunta del perplejo embajador del caudillo de los almorávides Ben Yusuf, recogida en la Historia Compostelana. Su curiosidad obtuvo respuesta:
"Es el bienaventurado Santiago apostol del Señor y salvador nuestro, hermano del apostol y evangelista Juan, cuyo cuerpo está enterrado en tierras de Galicia, a quien Francia, Inglaterra, Alemania, Italia y otras provincias cristianas, especialmente España, veneran como patrón y protector. Aprendieron además los ismaelitas que Santiago, tras sufrir martirio en Jerusalén bajo el poder de Herodes había sido trasladado a Galicia".
La leyenda de Santiago se va forjando con los siglos: en un principio se difunde la noticia de su predicación en España; después, a principios del siglo IX se produce el descubrimiento de su tumba cuando al ermitaño Pelayo luminarias nocturnas y apariciones angélicas le revelan la localización exacta de los restos del apostol.
Después, Teodomiro, el obispo de Iria Flavia tras comprobar personalmente los sucesos y tras un ayuno de tres días se dirigirá en solemne procesión al lugar donde suceden tan maravillosos prodigios.
Desde ahora, el paraje se conocerá como Compostela, el “Campus Stelae”, el “Campo de las estrellas” que indicaron el lugar donde se encontraba el sepulcro del apostol. En torno a este sepulcro se alzará el que será el tercer santuario en importancia de la Cristiandad, tras Jerusalén y Roma, y ríos de peregrinos acudirán desde todos los confines del mundo cristiano para implorar el auxilio divino y el perdón de sus pecados.
La cuestión es ¿por qué un lugar en el extremo del mundo cristiano llegó a superar a cualquier otro centro religioso de Occidente llegando a rivalizar con la propia Roma? La mezcla tan típica del mundo medieval entre lo sagrado y lo terrenal es la clave.
Para el cristianismo hispano, Santiago será vital:
El hallazgo del sepulcro de Santiago coincide con la llegada al reino de Asturias de numerosos cristianos huidos de Al-Andalus, los llamados mozárabes, mantenedores del recuerdo del reino visigodo, y con fuerte mentalidad de lucha contra el Islam.
Por otra parte los reyes asturianos desean legitimar su poder, nombrándose herederos de la monarquía visigoda, y el descubrimiento de la tumba del apostol será el vínculo de unión de los cristianos que tendrán el deber de reconquistar las tierras de la monarquía goda.
Al revelar de forma milagrosa la localización de su tumba, Santiago mostraba su favor a la monarquía asturiana. Ya en el siglo VIII, antes del descubrimiento del sepulcro, este aparece como defensor del reino en este himno litúrgico: “Cabeza áurea refulgente de España, nuestro patrono y defensor particular”.
Santiago será el paladín que necesitan. Muy pronto ayudará a los ejércitos cristianos en Clavijo (884), como también lo hará en la decisiva batalla de las Navas de Tolosa (1212). Y en la Edad Media, las intervenciones divinas tienen consecuencias muy terrenales: el famoso Tributo de las Cien Doncellas que hasta la victoria de Clavijo era cobrado por los musulmanes, es sustituido por el llamado Voto de Santiago, un impuesto anual que debía satisfacerse a la sede episcopal compostelana.
Para el Papado, también la tumba de Santiago es de una importancia excepcional. En la época de su descubrimiento, el arzobispo de Toledo, Elipando, asumió la herejía adopcionista, que defendía que Jesucristo era hijo adoptivo de Dios. Doctrina que se acercaba peligrosamente al Islam. Defender la iglesia asturiana, que combatía la herejía adopcionista a través del Beato de Liébana, era vital.
Todo esto justificará el temprano reconocimiento de la autenticidad del descubrimiento y su difusión por toda la Cristiandad.
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